La Unicidad de Dios (Definición Explicación)

Introducción: La Doctrina de la Unicidad de Dios

A lo largo de la historia, una de las preguntas más profundas que el ser humano se ha hecho es: ¿Quién es Dios realmente?. La respuesta a esta pregunta no es un asunto meramente filosófico o teórico, sino que tiene implicaciones eternas para nuestra fe y nuestra salvación. Las Escrituras declaran con absoluta claridad: “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es” (Deuteronomio 6:4). Este pasaje, conocido como el Shema, es la confesión central del pueblo de Dios y constituye la base del monoteísmo bíblico, dejando también en evidencia la doctrina de la unicidad de Dios.

En un mundo lleno de religiones, ideologías y conceptos distorsionados de la divinidad, surge la necesidad de afirmar con convicción la Unicidad de Dios: la verdad revelada en la Biblia de que Dios es absolutamente Uno, único, indivisible y sin semejante. No se trata de un Dios compuesto de “personas divinas” distintas, ni de una pluralidad que confunde la fe. La Unicidad proclama que Jesucristo es la manifestación plena y visible del único Dios verdadero, el Padre eterno hecho carne para salvarnos.

La Unicidad es la revelación de Dios

Esta doctrina no es un invento humano ni una interpretación moderna, sino la revelación progresiva de Dios a lo largo de toda la Escritura. Desde el Antiguo Testamento hasta la plenitud de la revelación en el Nuevo, Dios se mostró como Creador, Redentor y Consolador, y finalmente vino en la persona de Jesús, quien declaró: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9).

En este estudio exploraremos de manera profunda qué significa la Unicidad de Dios, cómo se diferencia de otras concepciones religiosas como el trinitarismo y el unitarismo, y cómo se manifiesta en la persona gloriosa de Jesucristo. Nuestro objetivo es que cada lector pueda afirmar con certeza, convicción y adoración: “Jesús es el Dios único y verdadero, el mismo que estuvo, está y estará con nosotros por toda la eternidad”.

1. Teología de la Unicidad de Dios

¿Qué significa Unicidad?

El término Unicidad es una expresión teológica fundamental que proclama la verdad absoluta de que Dios es Uno, único, indivisible y sin semejante. Esta declaración no es una construcción humana, sino una revelación directa de las Escrituras. La Palabra de Dios afirma con claridad: “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es” (Deuteronomio 6:4). Esta confesión, conocida como el Shema, fue y sigue siendo la base de la fe del pueblo de Dios, y reafirma que no hay una pluralidad de dioses ni una división en la Deidad, sino un solo Dios verdadero.

La Unicidad de Dios enseña que el único Dios es Espíritu (Juan 4:24), eterno y perfecto, infinito en sabiduría, omnisciente, omnipotente y omnipresente. Su ser no puede fragmentarse ni dividirse en “personas”, porque su esencia es Espíritu. Reconocer esto nos lleva a comprender que Él es santo, digno de toda adoración y exclusivo en su gloria (Isaías 42:8).

A lo largo de la Biblia, la Unicidad se revela como una verdad inmutable: Dios se ha manifestado de diversas formas, pero su esencia nunca cambia. El mismo que habló a Abraham, que guió a Moisés y que se manifestó en carne como Jesucristo, sigue siendo el único Dios verdadero. Por ello, cualquier adoración que se desvíe de esta verdad constituye idolatría y engaño espiritual.

La doctrina de la Unicidad no es una idea marginal ni secundaria: es el corazón del mensaje bíblico, el fundamento sobre el cual se construye la verdadera fe y el camino seguro hacia la salvación.

Unicidad y monoteísmo: una distinción necesaria

Aunque Unicidad es sinónimo de monoteísmo estricto, este término ha cobrado una relevancia especial en el mundo cristiano contemporáneo. La razón es que no todos los que dicen creer en “un solo Dios” entienden esa afirmación de la misma manera.

  • El trinitarismo afirma que hay un solo Dios, pero lo concibe como una esencia compartida por tres personas coeternas y distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esta idea, aunque pretende defender la unidad, en la práctica introduce una división en la Deidad que no se encuentra en las Escrituras.
  • El binitarismo, menos difundido pero presente en algunos grupos, conserva esta misma división, reduciéndola a dos personas divinas.
  • El unitarismo, por su parte, sostiene que Dios es uno, pero niega la plena divinidad de Jesucristo, considerándolo solo un profeta, un ser angelical exaltado o un semidiós creado.

Frente a estas posturas, la doctrina bíblica de la Unicidad proclama con claridad que Jesucristo es el único Dios verdadero manifestado en carne. El mismo Dios invisible que habló a los patriarcas y profetas en el Antiguo Testamento, se reveló en el Nuevo Testamento en la persona de Jesucristo. Por eso, el apóstol Pablo declara que en Cristo “habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Colosenses 2:9).

Tres afirmaciones esenciales de la Unicidad

La fe en la Unicidad de Dios, tal como la sostenemos los Pentecostales del Nombre de Jesús, puede resumirse en tres declaraciones centrales que iluminan la revelación divina:

Declaraciones que nos iluminan

  1. Dios es absolutamente Uno y Único
    No puede dividirse en partes, esencias ni personas. Desde el inicio, el pueblo de Israel recibió esta revelación: “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es” (Deuteronomio 6:4). El Nuevo Testamento confirma lo mismo: “Dios es uno” (Gálatas 3:20). Este es el fundamento inconmovible de toda verdadera fe monoteísta.
  2. El Padre invisible se manifestó en carne
    El único Dios eterno, creador de todas las cosas, se reveló como hombre en Jesucristo. No se trata de un “dios menor” o de un “ser intermedio”, sino del mismo Dios eterno que descendió a nuestra condición para salvarnos. La Biblia lo expresa sin ambigüedad:
    • Dios fue manifestado en carne” (1 Timoteo 3:16).
    • Jesús es “Dios con nosotros” (Mateo 1:23).
    • En Él habita toda la plenitud de la Deidad (Colosenses 2:9).
  3. La diferencia entre el Padre y el Hijo se explica en la encarnación
    El Padre siguió existiendo como Espíritu eterno y omnipresente, mientras que al mismo tiempo se manifestó, se dio a conocer en un cuerpo humano como el Hijo. Es decir, el Hijo no es una persona eterna distinta al Padre, sino la manifestación temporal de Dios en la carne. Jesús pudo orar al Padre porque, como verdadero hombre, dependía de Dios; y, al mismo tiempo, pudo perdonar pecados y recibir adoración porque era el mismo Dios manifestado en carne.

De esta manera, no hablamos de dos dioses ni de dos naturalezas independientes que actúan separadamente, sino de un solo Dios que se manifestó en distintas formas para cumplir Su plan eterno de salvación. Como lo declara Isaías: “Yo, Jehová, y fuera de mí no hay quien salve” (Isaías 43:11). Y esa salvación se reveló plenamente en Jesucristo.

El misterio revelado en Cristo conforme la unicidad de Dios

La Escritura habla de la revelación de Dios en términos de un misterio divino, algo que estuvo escondido desde los siglos y edades, pero ahora manifestado a sus santos (Colosenses 1:26). Este misterio no es otro que la plenitud de Dios en Cristo Jesús, y se nos presenta a lo largo de la Biblia en distintas expresiones que, juntas, conforman la verdad suprema del Evangelio.

Plenitud de Dios en Cristo

  • El misterio de la piedad: “Dios fue manifestado en carne” (1 Timoteo 3:16). Aquí, el apóstol Pablo declara con toda claridad que el Dios invisible, eterno y todopoderoso se hizo visible en la persona de Jesucristo. No se trata de un “enviado menor” ni de una segunda persona divina, sino del mismo Dios que descendió para salvarnos.
  • Dios con nosotros: Emmanuel (Isaías 7:14; Mateo 1:21-23). La profecía de Isaías no se cumplió en un mensajero cualquiera, sino en el nacimiento virginal del Hijo de Dios. “Emmanuel” no es un título simbólico, sino una declaración literal: en Cristo, Dios mismo habitó entre los hombres.
  • Dios en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo (2 Corintios 5:18-19). La obra de la cruz revela que no fueron “dos personas” negociando nuestra salvación. Fue el mismo Dios, en la humanidad de Cristo, quien cargó con nuestro pecado y nos abrió el camino de reconciliación.
  • La plenitud de la Deidad en Jesús (Colosenses 2:9). Aquí no se habla de una parte de Dios ni de un representante: en Jesús habita corporalmente toda la plenitud del único Dios. No hay nada fuera de Cristo que necesitemos buscar; toda la esencia divina está en Él.
  • El Hijo como la imagen del Dios invisible (Colosenses 1:15; Hebreos 1:3). El Dios que nadie ha visto jamás se dio a conocer plenamente en Jesús. Él es el reflejo exacto de Su gloria, la revelación visible del Dios eterno e invisible.

Todas estas verdades confluyen en una declaración gloriosa: Cristo es Dios sobre todo, bendito por los siglos (Romanos 9:5). El misterio ha sido revelado, y su centro es Jesucristo: Dios manifestado en carne para nuestra salvación.

La proclamación del Evangelio en la Unicidad

Para los creyentes en la Unicidad de Dios, el Evangelio no es simplemente una buena noticia o un mensaje moral: es la revelación suprema de que el único Dios vino en persona a salvarnos. Esta perspectiva resalta que la salvación no depende de múltiples dioses, mediadores o entidades divinas separadas, sino de un solo Ser eterno que se manifestó en carne para redimir a la humanidad caída.

Jesús mismo lo declaró con autoridad inigualable:

“Si no creéis que YO SOY, en vuestros pecados moriréis” (Juan 8:24).

Con estas palabras, Jesús no solo habla de fe, sino que se identifica directamente con el YO SOY que se reveló a Moisés en Éxodo 3:14, confirmando que Él es el Dios eterno, autoexistente y absolutamente único, que vino a asumir la humanidad para cumplir el plan redentor divino. Esta proclamación subraya que la salvación es el resultado de la acción de Dios mismo, no de intermediarios, rituales humanos o entidades separadas.

Jesús como el Dios hecho carne

El Evangelio revela que Jesús es la manifestación visible del Dios invisible. Desde la eternidad, el Padre planeó su encarnación para salvarnos; su venida no fue un accidente histórico ni un acto de un ser secundario, sino la expresión perfecta del único Dios interactuando directamente con la humanidad. Así, al creer en Jesús, no estamos adorando a un intermediario, sino al Dios único que se dio a conocer plenamente en carne.

La centralidad del nombre de Jesús

El Evangelio también destaca que la proclamación del nombre de Jesús es inseparable de la salvación. Porque Jesús es la encarnación de toda la plenitud de Dios, invocar su nombre no es un acto ritual, sino reconocer y aceptar al Dios único que vino a salvarnos, cumpliendo la promesa divina desde los tiempos antiguos. La fe en su persona y en su obra es la clave para reconciliación, perdón y vida eterna.

Implicaciones para la vida del creyente

Aceptar el Evangelio desde la perspectiva de la Unicidad transforma nuestra comprensión de Dios y nuestra relación con Él. No seguimos múltiples deidades ni interpretaciones humanas de divinidad plural; más bien, nos rendimos ante el único Dios que actúa como Padre, Hijo y Espíritu Santo, quien nos salva, nos guía y nos transforma. La proclamación del Evangelio se convierte entonces en un llamado a reconocer, confiar y obedecer al Dios único en toda su plenitud manifestada en Cristo Jesús.

2. Jesús es el Único Dios

Un solo Ser con muchos nombres y títulos

En la Biblia, la Deidad se revela mediante una amplia variedad de nombres y títulos, cada uno reflejando un aspecto particular de Su naturaleza y de Su relación con la humanidad: Dios, Jehová, Señor, Padre, Verbo (Palabra) y Espíritu Santo. Aunque puedan parecer distintos, todos estos nombres apuntan al mismo y único Ser eterno, no a “personas” separadas dentro de Dios.

Cada título tiene un propósito:

  • Dios y Jehová: subrayan Su existencia eterna, autoridad suprema y poder soberano sobre la creación.
  • Señor: destaca Su señorío, gobierno y derecho a ser obedecido.
  • Padre: revela Su relación paternal y amoroso cuidado hacia la humanidad.
  • Verbo o Palabra: expresa Su razón eterna y plan redentor, manifestado en la historia y culminado en Cristo.
  • Espíritu Santo: refleja Su actividad espiritual, presencia constante y capacidad de regenerar, guiar y santificar.

Estos nombres no son meramente etiquetas, sino manifestaciones de cómo Dios interactúa con nosotros, mostrando Su carácter, Su voluntad y Su propósito eterno. La multiplicidad de nombres no implica división, sino riqueza y profundidad en la auto-revelación del único Dios.

Jesús, la plenitud de la Deidad

La Biblia revela que todas estas manifestaciones y títulos se cumplen en la persona de Jesucristo. Él no es un ser adicional ni una “persona divina separada”; sino la manifestación visible del único Dios invisible, quien vino a habitar entre nosotros para revelar a Dios plenamente.

  1. Jesús como Jehová manifestado en carne
    Desde Isaías 9:6 hasta Juan 8:58 y 1 Timoteo 3:16, la Escritura enseña que Jesús es el Dios eterno que se hizo visible. Él no solo habló de Dios, sino que encarnó toda Su autoridad, poder y gloria, cumpliendo lo que el Antiguo Testamento prometió acerca del Mesías.
  2. Jesús como el Padre encarnado
    Isaías 63:16 y Juan 14:9-11 muestran que Jesús es la expresión tangible del Padre. Aunque asumió la naturaleza humana, no dejó de ser Dios el Padre; Su vida y obra revelan la intimidad y el cuidado paternal de Dios hacia el hombre, haciendo accesible lo divino.
  3. Jesús como Espíritu Santo en acción
    Romanos 8:9-11 y Juan 14:16-18 destacan que Jesús habita espiritualmente en los creyentes, guiando, transformando y santificando. No es un ser separado llamado “Espíritu Santo”; sino que la actividad espiritual que Dios realiza en nosotros proviene del mismo Dios que se manifestó en Cristo.

Plenitud visible de la Deidad

Colosenses 2:9 afirma con claridad:

“Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad”.

Esto significa que no hay división ni multiplicidad de dioses, sino que Jesús contiene toda la Deidad de manera completa y accesible para el hombre. La Biblia no habla de tres dioses distintos o tres personas distintas, sino de un solo Dios que se manifiesta plenamente en Jesucristo, permitiendo que Su sabiduría, poder, amor y santidad sean experimentados de manera directa.

En Jesús, lo invisible se vuelve visible; lo eterno se encuentra con lo temporal; y lo divino se relaciona directamente con la humanidad caída. Reconocer esta realidad nos permite adorar a Dios con comprensión y certeza, sabiendo que Jesús no es solo un intermediario, sino el único Dios que vino a salvarnos y habitar en nosotros.

Padre, Hijo y Espíritu: un solo Dios en acción

La doctrina de la Unicidad de Dios enseña que la Biblia revela a un solo Ser divino que actúa en tres modos o manifestaciones principales, adaptándose a Su propósito redentor y a la relación con la humanidad caída:

Padre, Hijo y Espíritu Santo en la Unicidad de Dios

Dios como Padre

El Padre representa la trascendencia de Dios, Su eternidad y Su autoridad sobre toda la creación. Es el Creador de todo lo que existe, el Sustentador de la vida y la fuente de toda bendición espiritual y natural (Deuteronomio 32:6; Isaías 63:16; Hebreos 1:3). El Padre no solo es el origen de todas las cosas, sino también el Guía amoroso y protector de los creyentes, manifestando justicia, cuidado y soberanía. Su paternidad no es abstracta, sino activa, como se refleja en la adopción espiritual de los hijos de Dios mediante el nuevo nacimiento (Gálatas 4:6).

Dios como Hijo

El Hijo es la manifestación visible del único Dios, quien se encarnó en Jesucristo para cumplir la obra redentora. Tomar forma humana no significó que Dios dejó de ser eterno o divino, sino que Se humilló y asumió limitaciones humanas para identificarse con la humanidad y cargar sobre Sí los pecados de todos (Isaías 53:4-6; Filipenses 2:6-8). Como verdadero hombre, Jesús experimentó hambre, sed, cansancio y tentaciones (Mateo 4:2; Juan 19:28; Lucas 4:2), mostrando que Su humanidad era completa. Como verdadero Dios, ofreció un sacrificio perfecto, capaz de redimir a toda la humanidad y reconciliarnos con el Padre (Hebreos 10:10-12; 2 Corintios 5:19). La distinción entre Padre e Hijo no es de esencia, sino de rol y manifestación: el Padre es la fuente y autoridad, el Hijo es la encarnación redentora de esa Deidad.

Dios como Espíritu Santo

El Espíritu Santo representa la actividad de Dios en el mundo y en los corazones de los creyentes. Es el Dios que habita, guía, santifica y transforma vidas (Hechos 1:8; Romanos 8:9-11). Su naturaleza espiritual le permite obrar donde los seres humanos no pueden, infundir poder, sabiduría y santidad, y mantener viva la presencia de Dios en la Iglesia y en la regeneración individual. La acción del Espíritu Santo no es un ser distinto, sino la manifestación activa del único Dios en el mundo espiritual, operando simultáneamente con Su paternidad y Su encarnación en Cristo.

El mismo Dios manifestándose como Padre, Salvador y Consolador

No se trata de tres dioses ni de tres personas coexistentes, sino de un solo Dios que se manifiesta simultáneamente en todos estos modos. Por eso, Él es a la vez nuestro Padre, nuestro Salvador y nuestro Consolador. Comprender esta Unicidad nos permite adorar a Jesús con certeza, sabiendo que todo lo que hizo, dijo y es proviene del único Dios verdadero.

Dios revelado en múltiples atributos

La Biblia presenta a Dios con infinitos nombres y títulos, todos aplicables a Jesús, ya que Él es la revelación plena del único Dios verdadero. Cada título revela un aspecto específico de Su carácter, Su obra y Su relación con la humanidad:

  • Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz (Isaías 9:6) – reflejan Su sabiduría, poder, guía y relación paternal.
  • Creador (Eclesiastés 12:1; Juan 1:3) – indica Su rol absoluto como origen de toda existencia.
  • Redentor (Job 19:25; Colosenses 1:14) – subraya Su acción salvadora y redentora.
  • Pastor (Salmos 23:1; Juan 10:11) – muestra Su cuidado personal y protección.
  • Refugio y Roca (1 Samuel 2:2; Habacuc 1:12; 1 Corintios 10:4) – destacan Su seguridad, estabilidad y fuerza inmutable.
  • Salvador y Sanador (Isaías 43:3; Éxodo 15:26; Hechos 4:12; 1 Pedro 2:24) – revelan Su poder para restaurar y redimir vidas.
  • El Santo, el Omnipotente, el Verdadero (Apocalipsis 15:4; 1 Juan 5:20) – reflejan Su perfección moral, poder absoluto y veracidad.

Cada atributo encuentra cumplimiento total en Jesucristo, quien es el Dios único manifestado en toda Su gloria y majestad. No solo revela a Dios, sino que es la expresión viva y accesible de Su eternidad, poder y amor, permitiendo al creyente interactuar con lo divino de manera personal y práctica.

3. Jesús es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo

Dios como Padre: origen, creador y sustentador

La Biblia nos revela a Dios como Padre en múltiples dimensiones, reflejando Su autoridad, amor y cuidado eterno:

  • Padre de toda la creación
    Dios es el origen absoluto de todo lo que existe. Todo lo visible e invisible depende de Él, pues Él es el Creador y sustentador del universo (Génesis 1:1; Isaías 64:8; Apocalipsis 4:11). Su paternidad universal no se limita a la humanidad, sino que incluye a toda la creación. Esto significa que cada criatura, cada estrella, cada elemento de la naturaleza está bajo Su autoridad y cuidado, reflejando Su sabiduría, poder y providencia infinita.
  • Padre del Hijo unigénito
    Dios también es Padre de Jesús, el único Hijo engendrado (El Unigénito), quien se manifestó en carne para cumplir la obra redentora (Lucas 1:35; Hebreos 1:5). La concepción de Jesús por obra del Espíritu Santo no fue simbólica, sino real y milagrosa, cumpliendo profecías y mostrando que la salvación proviene de Dios mismo (Isaías 7:14; Mateo 1:20). En este sentido, la paternidad de Dios se manifiesta como origen del Redentor, quien no solo representa a Dios, sino que es Dios mismo encarnado.
  • Padre de los creyentes nacidos de nuevo
    Por medio de Cristo, Dios adopta espiritualmente a los que creen, convirtiéndolos en sus hijos e hijas por fe (Gálatas 4:6; Santiago 1:17). Esta adopción no es una mera designación, sino un acto divino que transforma la relación del ser humano con Dios, haciéndolo heredero de promesas eternas. Ser hijo de Dios implica recibir protección, guía, disciplina y amor paternal, características que reflejan la naturaleza de Dios como Padre eterno.

Dios como Hijo: la encarnación de Dios

El título Hijo se refiere a la manifestación de Dios en carne, no a una persona distinta en la Deidad:

  • Encarnación y concepción milagrosa
    Jesús fue concebido por el Espíritu Santo en María, siendo llamado el Hijo de Dios (Mateo 1:18-20; Lucas 1:35). Este acto no implicó que Dios dejara de ser eterno, sino que asumió una naturaleza humana perfecta para cumplir Su propósito redentor. La encarnación permitió que Dios experimentara la vida humana y pudiera redimir a la humanidad desde dentro.
  • Vida humana plena y obra redentora
    Como Hijo, Jesús nació, creció, oró, enseñó, sufrió, murió y resucitó (Lucas 2:7; Romanos 5:10; Filipenses 3:20-21). Esta manifestación revela que la Deidad no se dividió, sino que Dios tomó la condición humana sin dejar de ser eterno y todopoderoso. La distinción entre Padre e Hijo es funcional y temporal: el Padre trasciende, el Hijo se encarna para salvar.
  • El único Hijo engendrado
    La Biblia no habla de un “Hijo eterno” ni de un “Dios Hijo” como entidad separada. Solo existe el Hijo unigénito, nacido para la redención del mundo (Juan 3:16; Hebreos 1:5). El Hijo no es otra persona en la Deidad, sino Dios eterno manifestado en carne.

Entender a Jesús como Hijo nos permite conocer a Dios de manera tangible. Su humanidad nos enseña a vivir obedientes y humildes, mientras que Su divinidad nos asegura que Su sacrificio tiene poder eterno para salvarnos. Reconocer esto evita confusiones doctrinales y fortalece nuestra fe en la salvación que solo Él puede ofrecer.

Jesús: Dios y hombre en perfecta unidad

En Cristo existe una distinción real, pero no entre “personas divinas”, sino entre la divinidad y la humanidad. Esto significa que Jesús no es otra persona dentro de la Deidad, sino que Dios se manifestó plenamente en carne humana:

  • El Espíritu eterno de Dios: representa la plenitud de la Deidad, Su omnipotencia, omnisciencia y eternidad. Es la esencia divina que nunca cambia y que sostiene todo el universo (Isaías 9:6; Colosenses 1:16-17).
  • El hombre verdadero en quien Dios habitó plenamente: representa la verdadera humanidad de Jesús, capaz de sentir hambre, cansancio, dolor y emociones humanas, sin perder Su naturaleza divina (Lucas 2:52; Hebreos 2:14-18).

Por eso Jesús es simultáneamente Padre e Hijo, Espíritu y carne, Dios y hombre. Esta unidad explica por qué, siendo Dios, Él puede declarar: “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30), y siendo hombre, ora al Padre como ejemplo de obediencia y sometimiento (Lucas 22:42).

Ejemplos de esta doble naturaleza:

  • Divinidad y autoridad: calma la tormenta con su palabra (Marcos 4:39) y multiplica los panes y los peces (Juan 6:11).
  • Humanidad y limitación: duerme en la barca (Marcos 4:38) y experimenta hambre y sed (Mateo 4:2; Juan 19:28).
  • Misterio de la piedad: Su divinidad no anula su humanidad, y su humanidad no limita la divinidad. Todo esto confirma que el monoteísmo bíblico no se rompe, sino que se cumple en el misterio de Dios manifestado en carne (1 Timoteo 3:16).

La plenitud de la Deidad en Cristo

El apóstol Pablo declara de manera categórica: “En Él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Colosenses 2:9). Esto significa que Jesús no es la encarnación de una parte de Dios, ni un semidiós, ni un ángel, sino la plenitud del Padre eterno hecho carne, mostrando que la salvación viene del único Dios que se hizo hombre:

  • Como Padre, Jesús es eterno, inmutable y soberano, poseedor de todo poder, conocimiento y gloria (Isaías 9:6; Hebreos 13:8).
  • Como Hijo, nace, crece y experimenta la vida humana, incluyendo sufrimiento y muerte, para redimirnos; luego resucita en gloria con un cuerpo glorificado (Lucas 2:52; Marcos 15:37; 1 Corintios 15:20-22).
  • Como Padre, Jesús perdona los pecados y sostiene la creación (Marcos 2:5; Colosenses 1:17).
  • Como Hijo, se ofrece voluntariamente como sacrificio por la humanidad caída (Hebreos 10:10-12; Romanos 5:10).

Esta armonía perfecta entre lo divino y lo humano nos invita a:

  1. Confiar plenamente en Jesús, porque es Dios y tiene autoridad absoluta sobre la vida, la muerte y la eternidad.
  2. Seguir Su ejemplo humano, practicando obediencia, humildad y fe en Dios.
  3. Adorar al Cristo encarnado, reconociendo que la salvación proviene del único Dios que se hizo hombre: Emanuel, Dios con nosotros (Mateo 1:23).

El Espíritu Santo: Dios obrando entre los hombres

El título Espíritu Santo revela la naturaleza intrínseca de Dios: Él es Espíritu, lo que significa que no está limitado por el tiempo, el espacio ni la materia, y es Santo, reflejando Su perfección moral, justicia absoluta y separación del pecado (Juan 4:24; Levítico 11:44-45).

La naturaleza del Espíritu Santo

  • Omnipresencia y eternidad: Como Espíritu, Dios está presente en todo lugar al mismo tiempo y no está sujeto a las limitaciones humanas (Salmo 139:7-10).
  • Perfección moral y santidad: Su carácter Santo define cada acción y pensamiento; todo lo que hace es justo, puro y digno de reverencia (Isaías 6:3; Habacuc 1:13).

La obra del Espíritu Santo en el creyente

El Espíritu Santo no es una “tercera persona” separada, sino el mismo Dios eterno actuando en el mundo y en Su iglesia, cumpliendo propósitos específicos:

  • Ungir: Capacita a los creyentes para la obra de Dios, concediéndoles autoridad espiritual y dones sobrenaturales (Isaías 61:1; 1 Juan 2:20).
  • Regenerar: Da nacimiento espiritual al hombre, permitiendo que alguien pase de muerte a vida (Juan 3:5-6; Tito 3:5).
  • Llenar: Su presencia transforma la vida diaria del creyente, guiándolo y fortaleciendo su fe (Efesios 5:18; Hechos 2:4).
  • Santificar: Purifica el corazón y la mente, separando al creyente del pecado y conformándolo a la imagen de Cristo (1 Tesalonicenses 4:3-4; 2 Corintios 3:18).
  • Dar Poder: Da fuerza para testificar, servir y resistir tentaciones, manifestando el poder de Dios en la vida humana (Hechos 1:8; Romanos 8:11).

En resumen, el Espíritu Santo es Dios en acción, obrando no de manera distante, sino de forma íntima y transformadora en los creyentes y en Su iglesia.

Jesús es el Padre Eterno, el Hijo Encarnado y el Espíritu Santo actuando

Reconocer que Jesús es el Padre eterno, el Hijo encarnado y el Espíritu Santo actuando no es una contradicción ni una división, sino la manifestación gloriosa del único Dios verdadero en diferentes roles y modos de revelación (1 Timoteo 3:16; Efesios 1:9-11).

Al leer la Biblia, debemos discernir:

  • Cuando Jesús actúa con plenitud divina, está en Su condición de Padre, soberano, omnisciente y eterno (Isaías 9:6; Juan 1:1-2).
  • Cuando Jesús actúa como Hijo encarnado, se somete a limitaciones humanas, sufre, ora y muestra ejemplo de obediencia (Lucas 2:52; Filipenses 2:7-8).
  • Cuando Jesús obra en nosotros y a través de nosotros, está presente como Espíritu Santo, transformando, guiando y capacitando (Hechos 1:8; Romanos 8:11).

Estas tres manifestaciones no indican tres personas, sino la plenitud de Dios mismo en acción y en carne, como lo revela la Biblia.

Jesús no es parte de Dios ni una “persona” dentro de Dios: Él es la plenitud de Dios mismo, Emanuel, el único digno de ser adorado por toda la eternidad. Reconocer esto nos permite comprender mejor la unidad absoluta de Dios y su plan redentor, y nos guía a una adoración auténtica y centrada en Él.

4. La Palabra (Verbo, Logos) de Dios

En el evangelio de Juan, capítulo 1, el término Verbo o Palabra de Dios no se refiere a una persona divina distinta dentro de la Deidad, sino a la Palabra Eterna, es decir, al Plan Eterno de Dios de darse a conocer y revelarse a la humanidad (Salmo 119:89; Mateo 24:35; 1 Pedro 1:23). Así como la palabra o la razón de un hombre pertenece al mismo hombre y no a otro ser aparte de él, de la misma manera, la Palabra estaba en Dios, era con Dios y era Dios mismo.

Desde antes de la creación, Dios concibió en su mente su revelación futura en carne. Él contempló en su propósito eterno la manifestación de sí mismo como Redentor, y por eso Juan declara que “el Verbo era Dios” (Juan 1:1). El Logos no es otro Dios ni una segunda persona, sino la autoexpresión del Único Dios, el designio eterno de revelarse plenamente al hombre.

La Palabra de Dios es entonces la comunicación de su mente, de su voluntad y de sus propósitos a la humanidad (Jeremías 7:1; Oseas 1:1; Joel 1:1; Miqueas 1:1; Sofonías 1:1). No es una entidad separada, sino Dios mismo en acción reveladora.

Esta revelación se manifestó de manera progresiva a través de las Escrituras:

  • En el Antiguo Testamento, como promesas, figuras, profecías y sombras de lo venidero (Hebreos 8:5).
  • En el Nuevo Testamento, como la plenitud de esa revelación, cuando la Palabra fue hecha carne y habitó entre nosotros (Juan 1:14).

En el momento exacto del plan divino, en la “plenitud del tiempo” (Gálatas 4:4), Dios vistió de carne su Palabra: el Eterno se manifestó en la persona de Jesucristo. Por eso decimos que Jesucristo es la Palabra hecha carne, la encarnación misma del propósito eterno de Dios (1 Timoteo 3:16).

El Hijo unigénito no es una “segunda persona” distinta de Dios, sino la manifestación visible de esa Palabra eterna. Jesús mismo afirmó: “La palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió” (Juan 14:24).

Por medio de Jesucristo, Dios no solo habló, sino que se pronunció a sí mismo: Él es la voz, el mensaje y el cumplimiento de todo lo que había sido anunciado. En Cristo, el Verbo creador que trajo a la existencia el universo (Hebreos 1:2) se hizo hombre, y en Él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad (Colosenses 2:9).

Así, el Logos no es otro distinto a Dios, sino Dios mismo revelado en carne. Jesucristo es la Palabra eterna, el Verbo vivo, la auto-revelación de Dios para toda la humanidad.

Conclusión sobre La Unicidad de Dios

Las manifestaciones de Padre, Hijo y Espíritu Santo son necesarias y complementarias dentro del plan redentor de Dios para la humanidad caída. Para salvarnos, Dios proveyó un Hijo perfecto, un hombre sin pecado capaz de entregar su vida en nuestro lugar. Al engendrar al Hijo y relacionarse con la humanidad, Dios se manifestó como Padre. Y al obrar en nuestras vidas, transformándonos y capacitándonos para vivir en santidad, Él actúa como Espíritu Santo.

En otras palabras, los títulos Padre, Hijo y Espíritu Santo no describen tres dioses ni tres personas divinas, sino los modos en que el único Dios verdadero se ha dado a conocer.

  • Padre: Dios en su relación paternal con la humanidad.
  • Hijo: Dios manifestado en carne para nuestra redención.
  • Espíritu Santo: Dios en acción, morando y obrando en los creyentes.

Tal como un hombre puede desempeñar distintos papeles —administrador, maestro y abogado— y seguir siendo una sola persona, así también Dios se manifiesta de diversas formas sin dejar de ser absolutamente uno. Y, a la vez, Dios no se limita a tres títulos, pues la Biblia lo revela con múltiples nombres y atributos que reflejan su grandeza infinita.

El nombre en el cual Dios se ha revelado y nos ha dado salvación

El nombre de Jesús —que significa Jehová-salvador— es el nombre supremo en el cual Dios se ha revelado y nos ha dado salvación (Mateo 1:21; Lucas 24:47; Hechos 4:12; Filipenses 2:9-11). El Padre se dio a conocer en ese nombre (Juan 5:43; 17:6), al Hijo encarnado se le impuso ese nombre (Mateo 1:21), y el Espíritu Santo obra en nuestras vidas en el poder de ese mismo nombre (Juan 14:26).

Por eso, los apóstoles obedecieron fielmente la orden del Señor (Mateo 28:19) al bautizar invocando el nombre de Jesús, y la Iglesia debe continuar haciéndolo hoy (Hechos 2:38; 8:16; 10:48; 19:5; Romanos 6:3-4). El nombre singular del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo es Jesús, porque en Él habita toda la plenitud de la Deidad (Colosenses 2:9).

En conclusión, la doctrina de la Unicidad nos lleva a confesar con certeza y adoración que:
Jesús es el único Dios verdadero, el mismo Padre eterno manifestado en carne y el Espíritu que habita en nosotros hoy. En Su nombre tenemos vida, perdón y salvación eterna.