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Dios Nunca Llega Tarde Siempre Llega a Tiempo (Devocional)

Reflexión Cristiana: Dios nunca llega tarde, siempre llega a tiempo

La vida cristiana está llena de momentos en los que sentimos que Dios guarda silencio. Oramos, esperamos, y parece que nada sucede. En esos instantes, surgen las dudas: “¿Por qué Dios no responde?”, “¿Acaso se olvidó de mí?”, “¿Será que llegué demasiado tarde?”. Sin embargo, la verdad que sostiene nuestra fe es esta: Dios nunca llega tarde, siempre llega a tiempo.

Esta frase no es una simple expresión de consuelo; es una verdad espiritual profundamente arraigada en el carácter de Dios. Él no actúa según nuestro reloj, sino conforme a su propósito eterno y perfecto. Su tiempo no es el nuestro, pero siempre es el mejor.

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1. El tiempo de Dios no es el tiempo del hombre

Uno de los mayores desafíos del creyente es aprender a esperar. Desde el principio, la Biblia nos muestra que Dios tiene su propio calendario. El apóstol Pedro lo expresó con sabiduría:

“Mas, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día” (2 Pedro 3:8).

Mientras nosotros vemos la demora como una pérdida, Dios la usa como una preparación. Él no trabaja con prisa ni se mueve por la presión del tiempo. Su soberanía está por encima de las circunstancias.

Muchas veces el Señor detiene lo que pedimos porque su propósito requiere madurez, formación y fe. Lo que hoy parece una tardanza, mañana será una manifestación gloriosa de su fidelidad.

2. Abraham: cuando la promesa parece demorar

Pensemos en Abraham. Dios le prometió un hijo cuando ya era anciano y Sara, su esposa, estéril. Humanamente, todo indicaba que era imposible. Los años pasaron, la promesa no se cumplía, y las dudas comenzaron a surgir.

Sin embargo, Dios no había olvidado su palabra. Cuando el tiempo fue el indicado, Sara concibió y dio a luz a Isaac, el hijo de la promesa.

El apóstol Pablo dijo:

“Y no se debilitó en la fe al considerar su cuerpo, que estaba ya como muerto… tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios” (Romanos 4:19-20).

El cumplimiento no llegó cuando Abraham quería, sino cuando Dios determinó. Si el hijo hubiera nacido antes, no habría sido un milagro. Dios esperó hasta que toda posibilidad humana desapareciera, para que solo Él recibiera la gloria.

Así actúa nuestro Señor: espera el momento en que su poder sea evidente y su plan perfecto se cumpla. Lo que parece un retraso, en realidad es el tiempo exacto de su intervención.

3. José: del pozo al palacio en el tiempo perfecto

Otro ejemplo es José, el hijo de Jacob. Fue vendido por sus hermanos, acusado injustamente y encarcelado. A los ojos humanos, parecía que su vida se había detenido. Sin embargo, detrás de cada injusticia, Dios tejía un propósito.

Durante trece años, José fue probado, humillado y formado en el silencio de Dios. Pero cuando llegó el tiempo señalado, Dios lo sacó de la prisión y lo puso como gobernador de Egipto.

Si José hubiera sido liberado antes, no habría estado preparado para administrar la abundancia y el hambre. El tiempo de espera fue su escuela, y el retraso fue la antesala de su destino.

Dios no se olvidó de José. Simplemente estaba preparando el escenario perfecto para cumplir su propósito. Por eso, cuando parece que las puertas se cierran y las oportunidades se escapan, recuerda: el tiempo de Dios no es demora, es diseño.

4. Marta y María: “Señor, si hubieses estado aquí…”

En Juan 11 encontramos una de las historias más conmovedoras de los Evangelios: la muerte de Lázaro. Marta y María enviaron un mensaje a Jesús:

“Señor, he aquí el que amas está enfermo” (Juan 11:3).

Esperaban que Jesús llegara de inmediato, pero Él se quedó dos días más en el lugar donde estaba. Cuando finalmente llegó, Lázaro ya había muerto.

Humanamente, todo parecía perdido. Marta le dijo con tristeza:

“Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto” (Juan 11:21).

Pero Jesús respondió con una verdad eterna:

“Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (Juan 11:25).

Jesús no llegó tarde; llegó en el momento exacto para revelar un milagro más grande. Si hubiera sanado a Lázaro enfermo, todos habrían visto un milagro; pero al resucitarlo después de cuatro días, manifestó su gloria de manera incomparable.

A veces Dios permite que algo “muera” —una relación, un sueño, un plan— no porque se haya olvidado, sino porque quiere resucitarlo con poder y propósito renovado.

5. Esperar en Dios no es perder el tiempo

El mundo moderno nos enseña a ser impacientes. Todo lo queremos rápido: comida instantánea, resultados inmediatos, respuestas al instante. Sin embargo, la fe genuina requiere tiempo, proceso y madurez.

Esperar en Dios no significa inactividad; significa confiar activamente. Es seguir creyendo cuando no vemos nada, orar cuando parece que el cielo está cerrado, y caminar aunque no entendamos la dirección.

El salmista decía:

“Pacientemente esperé a Jehová, y se inclinó a mí, y oyó mi clamor” (Salmo 40:1).

La espera no es un castigo, es un taller donde Dios forja el carácter del creyente. En la demora, aprendemos obediencia, dependencia y discernimiento. La paciencia no es pasividad, sino fe perseverante.

Cuando el Señor decide actuar, lo hace de manera perfecta, sin errores, sin tardanza y sin desperdiciar ni un segundo. Su tiempo es el mejor reloj del universo.

6. El propósito detrás del silencio de Dios

¿Por qué Dios guarda silencio a veces? Porque el silencio también enseña. En la quietud, Él nos obliga a escuchar su voz interior, a depender completamente de su gracia.

Dios calla para probar el corazón, para fortalecer la fe y para mostrarnos que su presencia no depende de nuestras emociones. Cuando no sentimos nada, Él sigue obrando.

Como dijo Habacuc:

“Aunque la visión tardare, espérala, porque sin duda vendrá, no tardará” (Habacuc 2:3).

El silencio de Dios no es ausencia, es una preparación para la revelación. Cuando parece que no pasa nada, es porque Dios está trabajando en lo invisible, moviendo piezas que no vemos, preparando respuestas que superan nuestras expectativas.

7. El tiempo de Dios y la formación del carácter

La formación del carácter es una de las razones más profundas por las que Dios permite que pasemos por temporadas de espera. Antes de concedernos aquello que pedimos, Dios se ocupa de trabajar en lo más importante: nuestro interior. No basta con tener una promesa; es necesario que tengamos la madurez espiritual, emocional y moral para sostenerla.

A menudo, pedimos a Dios una bendición, pero Él mira más allá del deseo y ve si estamos preparados para recibirla. Lo que pedimos puede ser bueno, pero Dios sabe cuándo el corazón está listo para manejarlo. Si lo recibimos antes del tiempo, podríamos desperdiciarlo, idolatrarlo o perderlo por falta de carácter.

David fue ungido como rey siendo apenas un muchacho, pero no se sentó en el trono de inmediato. Entre la promesa y el cumplimiento, hubo años de persecución, soledad y traición. En ese largo proceso, Dios moldeó su corazón para que fuera un rey conforme a Su voluntad. Aprendió a depender de Dios en las cuevas, a ser humilde en la victoria y a perdonar a sus enemigos.

Si David hubiera sido coronado al día siguiente de su unción, probablemente no habría tenido la sabiduría ni la templanza para gobernar. El tiempo de espera fue su entrenamiento espiritual, y cada prueba fue un cincel divino que lo transformó en el hombre que Dios necesitaba que fuera.

Dios prepara nuestro carácter

Así también sucede con nosotros. Cuando Dios parece tardar, no es porque haya olvidado su promesa, sino porque está preparando nuestro carácter para sostenerlo sin destruirnos. La madurez no se desarrolla en la comodidad, sino en el proceso.

La espera enseña humildad, porque aprendemos que dependemos completamente de Dios. Enseña templanza, porque aprendemos a controlar nuestras emociones y reacciones. Enseña confianza, porque descubrimos que aunque no veamos resultados, Dios sigue obrando. Y enseña discernimiento, porque aprendemos a distinguir entre lo que queremos y lo que realmente necesitamos.

El proceso de Dios nunca es en vano. Cada lágrima, cada oración sin respuesta aparente, cada noche de incertidumbre tiene un propósito formativo. La demora divina no destruye el propósito; lo perfecciona.

Dios no solo quiere darte lo que has pedido; quiere que seas la persona que puede honrarlo con lo que recibas. Su tiempo, por tanto, no solo revela su soberanía, sino también su amor, porque prefiere retrasar una bendición antes que darte algo que te aparte de Él.

8. Dios llega justo a tiempo para cumplir su Palabra

Cuando Dios promete algo, su palabra se convierte en una garantía eterna. Ninguna de sus declaraciones queda sin cumplimiento, porque su fidelidad es inmutable. Isaías lo expresó con una certeza que traspasa generaciones:

“Así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié” (Isaías 55:11).

En otras palabras, cada promesa de Dios tiene una cita exacta con el cumplimiento. No importa cuánto tiempo parezca pasar, el reloj divino está corriendo perfectamente hacia el momento de su realización.

A veces el ser humano se desespera al ver que los años avanzan, las puertas se cierran o las circunstancias se complican. Pero Dios no improvisa. Él nunca dice: “se me pasó el momento”. Su fidelidad nunca falla, y cada palabra que sale de su boca tiene poder creador.

El mismo Dios que abrió el mar Rojo en el instante preciso, que envió maná del cielo justo cuando el pueblo tenía hambre, y que liberó a Pedro de la cárcel en la madrugada antes de su ejecución, es el mismo Dios que sigue obrando hoy.

Quizás parezca que está tardando, pero Él está sincronizando todas las cosas para cumplir lo que prometió en el momento perfecto. No se trata solo de que llegue el milagro, sino de que llegue en el tiempo que glorifique su nombre y bendiga tu vida de manera completa.

Cuando te sientas tentado a dudar, recuerda que la Palabra de Dios no tiene fecha de caducidad. Si Él lo dijo, Él lo hará. Si prometió abrir puertas, ninguna mano humana podrá cerrarlas. Al declarar sanidad, restauración o salvación, el cielo mismo respalda cada sílaba.

Dios no llega tarde. Llega justo a tiempo, cuando su poder y su fidelidad pueden verse con mayor claridad. Y cuando llega, transforma el “ya no hay esperanza” en un “Dios cumplió lo que dijo”.

9. Lo que Dios hace “tarde” tiene un propósito eterno

Hay momentos en los que la aparente tardanza de Dios no solo prueba nuestra fe, sino que también preserva nuestro futuro. Lo que parece una demora injusta a nuestros ojos, muchas veces es una manifestación de su misericordia.

Dios ve lo que nosotros no vemos. Sabe lo que nos conviene y lo que nos destruiría si llegara demasiado pronto. Por eso, muchas veces, detiene una bendición para protegernos de nosotros mismos o de algo que aún no está alineado con su plan.

Pensemos nuevamente en José. Si Dios hubiera permitido que saliera de la cárcel antes de tiempo, habría regresado con su familia sin cumplir el propósito para el cual fue llamado. Sin embargo, el Señor lo mantuvo en la prisión el tiempo necesario para construir el carácter, la paciencia y la sabiduría que necesitaría como gobernador de Egipto.

La demora no es olvido, es preparación

A través de la aparente tardanza, Dios estaba escribiendo una historia más grande. La demora de José no fue olvido, fue preparación. Y cuando finalmente llegó la hora divina, todo cobró sentido: lo que había sido traición, injusticia y dolor, se transformó en redención, autoridad y cumplimiento.

Así también en nuestra vida: lo que parece que Dios hace “tarde”, en realidad es parte de un propósito eterno. Él no piensa solo en el momento, sino en la eternidad. No actúa solo para resolver una necesidad temporal, sino para dejar una huella espiritual duradera.

Cada “espera” tiene una razón. Cada “no todavía” está lleno de intención divina. Dios no se equivoca en los tiempos; Él está tejiendo una obra maestra, y a veces los hilos oscuros del sufrimiento son los que hacen brillar más el diseño de su gloria.

Cuando llegue el cumplimiento, mirarás atrás y dirás: “Ahora entiendo por qué Dios esperó”. Y esa comprensión llenará tu corazón de gratitud, porque sabrás que su aparente tardanza fue su más grande protección y su más perfecto plan.

10. El reloj del cielo nunca se adelanta ni se atrasa

El tiempo de Dios no se mide en segundos o minutos, sino en momentos divinos, llenos de propósito y eternidad. Mientras nosotros vivimos pendientes del calendario, Dios vive pendiente del cumplimiento de su voluntad. Él no se guía por la urgencia humana, sino por la conveniencia espiritual.

Cada suceso, cada retraso, cada puerta cerrada, cada giro inesperado forma parte del reloj perfecto del cielo, un reloj que nunca se adelanta ni se atrasa. Dios no improvisa. Todo lo que hace, lo hace con precisión divina.

Romanos 8:28 nos recuerda una verdad que sostiene al creyente en los tiempos de espera:

“Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados”.

Esto significa que incluso cuando no entendemos, Dios está obrando para nuestro bien. Las demoras que frustran nuestra paciencia son parte del plan que fortalecerá nuestra fe. Las pérdidas que no comprendemos hoy, serán mañana los testimonios que nos harán ver que Dios no falló ni por un segundo.

Nada se escapa del control de Dios

Nada se escapa de su control. Cada segundo bajo su soberanía tiene un propósito pedagógico y redentor. Cuando el Señor permite una demora, está orquestando algo mayor. No está descuidando tu vida; la está dirigiendo con precisión divina.

Por eso, cuando sientas que el tiempo se te escapa o que las promesas se alejan, mira al reloj del cielo. En él no hay atraso ni error. Cada tic del reloj divino marca el compás de su plan eterno. Y cuando suena la hora de Dios, las puertas se abren, las cadenas se rompen y las promesas se cumplen con exactitud celestial.

Dios nunca se adelanta ni se retrasa. Siempre llega en el momento perfecto. Su tiempo no es tu enemigo, es tu mayor aliado. Su reloj no marca la desesperación del hombre, sino la precisión de la gracia divina.

Así que confía: aunque no veas nada moverse, Dios sigue obrando detrás del telón, preparando el instante en que su gloria se manifestará. Cuando llegue su hora, todo lo que hoy parece confuso se convertirá en testimonio. Porque el reloj del cielo siempre marca la hora perfecta de Dios.

11. ¿Qué hacer mientras esperamos?

Esperar no significa quedarse inactivo o resignado. La espera en Dios no es pasividad, sino una etapa de crecimiento espiritual, fortalecimiento interior y madurez en la fe. Dios no nos llama a cruzar los brazos, sino a mantenernos activos espiritualmente, cultivando una fe viva que se alimenta de su presencia.

El tiempo de espera puede convertirse en un campo fértil donde Dios produce los frutos del Espíritu, si sabemos cómo atravesarlo. A continuación, veamos algunas claves espirituales que nos ayudarán a vivir correctamente esta temporada.

Ora sin cesar

La oración es el oxígeno del alma en los momentos de incertidumbre. Cuando todo parece detenido, la oración mantiene encendido el fuego de la esperanza. A través de ella, no solo presentamos nuestras peticiones, sino que mantenemos la comunión con Dios, recordando que Él sigue al control.

Jesús mismo enseñó que debemos orar y no desmayar (Lucas 18:1). La oración perseverante no cambia el reloj de Dios, pero cambia nuestro corazón para alinearlo con su tiempo. Nos enseña a descansar, a confiar y a ver más allá de las circunstancias.

Cuando oras constantemente, tu fe se mantiene activa. No estás recordándole a Dios lo que tiene que hacer, sino recordándote a ti mismo quién es el Dios que puede hacerlo todo.

Sigue obedeciendo

Una de las tentaciones más comunes durante la espera es descuidar la obediencia. Pensamos: “Como Dios no me ha respondido, ¿para qué seguir?”. Pero el verdadero hijo de Dios obedece no por lo que recibe, sino por quién es su Señor.

La obediencia en la espera es una prueba de fidelidad. A veces, lo que Dios evalúa no es cuánto creemos, sino cuánto persistimos en hacer su voluntad cuando parece que nada cambia.

No uses la espera como excusa para desanimarte ni para retroceder. Sigue sirviendo, sigue amando, sigue dando, sigue siendo fiel. Dios honra a quienes permanecen firmes incluso en el silencio.

Adora aun sin respuestas

La adoración en medio de la incertidumbre es uno de los actos más poderosos de fe. Cuando decides levantar tus manos, cantar y exaltar a Dios aunque no veas respuesta, estás declarando que tu confianza está en su carácter, no en las circunstancias.

Job perdió todo, pero dijo: “Jehová dio, Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito” (Job 1:21). Esa clase de adoración conmueve el corazón de Dios, porque revela una fe que no depende de lo que Dios haga, sino de quién es Él.

Adorar sin respuestas abre los cielos, cambia el ambiente espiritual y nos llena de la paz que sobrepasa todo entendimiento. Es como si en medio del dolor, el alma se recordara a sí misma: “Dios sigue siendo digno”.

Recuerda lo que Dios ya hizo

El enemigo usa la espera para sembrar dudas. Nos hace creer que Dios nos olvidó o que no cumplirá lo prometido. Pero una de las armas más poderosas contra la desesperanza es recordar las obras pasadas del Señor.

Cuando el salmista se sintió abatido, dijo: “Me acordaré de las obras de Jehová; sí, haré yo memoria de tus maravillas antiguas” (Salmo 77:11). Esa memoria espiritual renueva la fe, porque lo que Dios hizo ayer, puede hacerlo otra vez.

Haz memoria de los milagros, las oraciones respondidas, las puertas abiertas. Cada testimonio del pasado es una evidencia de que Dios sigue siendo fiel en el presente.

Fortalece tu fe con la Palabra

En los tiempos de espera, la Biblia se convierte en el ancla del alma. La fe viene por el oír, y el oír por la Palabra de Dios (Romanos 10:17). Cuando te sumerges en las Escrituras, tu corazón se estabiliza, tus pensamientos se renuevan y tu esperanza se fortalece.

Las promesas de Dios son como faros que iluminan la noche de la espera. Lee, medita y declara su Palabra sobre tu vida. Ella te recordará que Dios no falla, no miente y nunca llega tarde.

La fe no se demuestra cuando todo va bien, sino cuando no entendemos nada y aún confiamos. La fe que sobrevive a la espera es la fe que realmente ha conocido a Dios.

12. El Kairos de Dios: el tiempo perfecto

En el Nuevo Testamento, existen dos palabras griegas que traducimos como “tiempo”: chronos y kairos. Comprender la diferencia entre ambas transforma nuestra perspectiva de la espera.

Chronos representa el tiempo cronológico: los minutos, las horas, los días, los años. Es el tiempo que medimos con relojes y calendarios, el que nos hace impacientes cuando sentimos que los días se alargan.

Kairos, en cambio, es el tiempo oportuno, el instante exacto en que Dios decide actuar, en el tiempo perfecto de Dios. Es el momento señalado por el cielo en el que las cosas se alinean, las puertas se abren y el propósito se cumple.

Nuestro error muchas veces es vivir enfocados en el chronos —en el tiempo humano—, cuando deberíamos estar atentos al kairos —el tiempo divino—. Mientras nosotros contamos los días, Dios prepara los momentos.

En el kairos de Dios todo cambia

Cuando llega el kairos de Dios, todo cambia en un segundo: las promesas se materializan, los imposibles se vuelven posibles y la gloria de Dios se manifiesta. No depende de tus recursos, ni de tus contactos, ni de tu esfuerzo; depende de su soberanía.

Jesús vivía en el kairos. No se adelantaba ni se atrasaba. Cada milagro, cada palabra, cada paso suyo tenía una hora exacta en el plan eterno. A María y Marta les pareció que Jesús llegó tarde a Betania, pero en realidad llegó justo en su kairos: no para sanar a Lázaro, sino para resucitarlo.

Por eso, mientras esperas, no te desesperes por el chronos. Enfócate en prepararte para el kairos de Dios. Mantén tu corazón sensible, tu fe firme y tu espíritu dispuesto, porque cuando llegue su momento, nada ni nadie podrá impedirlo.

El kairos de Dios no depende de tu calendario, sino de su sabiduría eterna. Él sabe cuándo, cómo y con quién. Su tiempo es perfecto, y cuando actúa, lo hace de manera completa, sin errores ni retrasos.

13. Testimonio de fe: cuando parece tarde, Dios llega

A lo largo de la historia bíblica y de la vida cristiana, hay innumerables testimonios de personas que experimentaron la fidelidad de Dios justo cuando parecía demasiado tarde.

Abraham tenía 100 años cuando vio nacer a Isaac. Israel cruzó el mar cuando los egipcios ya estaban a punto de atraparlos. Daniel fue librado en la noche más oscura. Pedro fue liberado de la cárcel cuando todos pensaban que moriría al amanecer. Y Lázaro resucitó cuando el cuerpo ya olía a muerte.

Cuando parece tarde, su gloria resplandece

Así obra el Señor. Cuando parece tarde, su gloria resplandece con mayor poder. Dios no se complace en nuestro sufrimiento, pero usa las situaciones límite para manifestar su soberanía y enseñarnos a confiar solo en Él.

Muchos creyentes hoy en día también pueden decir: “Pensé que todo estaba perdido, y justo ahí Dios intervino”. En el último minuto, cuando ya no había fuerzas, cuando la esperanza se agotó, Dios apareció con su mano poderosa.

Si hoy estás en esa etapa, sintiendo que la espera te pesa y que nada se mueve, no pienses que estás solo ni olvidado. Dios está obrando en lo invisible, preparando el escenario de tu milagro. Él nunca abandona a los que confían en Él. Y cuando llegue su hora, su bendición será perfecta, completa y abundante.

Recuerda: Dios no llega tarde; llega cuando su gloria se verá con mayor intensidad.

14. La fe que vence la impaciencia

Esperar requiere fe, pero también requiere rendición. No se trata de exigirle a Dios que actúe, sino de alinear nuestra voluntad a la suya. La verdadera fe no impone condiciones; se somete a los tiempos de Dios con confianza.

La fe inmadura le dice a Dios: “Hazlo ya, como yo quiero”. Pero la fe madura dice: “Hazlo cuando quieras, como quieras y donde quieras”. Esta es la diferencia entre una fe emocional y una fe espiritual.

La impaciencia es el enemigo mortal de la fe. Nos hace tomar atajos, adelantarnos al plan divino y perder bendiciones que aún no estaban listas. Abraham lo vivió cuando, impaciente por el cumplimiento, tuvo un hijo con Agar, fuera del propósito de Dios. El resultado fue conflicto y dolor.

La fe verdadera, en cambio, espera en silencio, pero con confianza. Sabe que la promesa sigue en pie, aunque el tiempo se alargue. No se desespera, porque conoce el carácter del Dios que prometió.

Cuando la impaciencia toque a tu puerta, recuérdale que el Dios que te prometió es también el Dios que controla los tiempos. Y si aún no ha actuado, es porque sigue preparando algo mejor de lo que imaginas.

La fe que vence la impaciencia no se alimenta de lo visible, sino de la Palabra. No depende de emociones, sino de convicción. Esa fe es la que agrada a Dios, la que lo espera, la que lo adora, la que no se rinde.

Y cuando finalmente llega el cumplimiento, el corazón puede decir con gozo: “Valió la pena esperar”.

15. Conclusión: Dios llega justo cuando debe

Cuando mires atrás, te darás cuenta de que Dios siempre llegó a tiempo. No antes, no después, sino en el instante perfecto. Lo que parecía un retraso fue protección; lo que parecía silencio fue enseñanza; lo que parecía olvido fue una manifestación de su amor eterno.

Por eso, si hoy sientes que tus oraciones no tienen respuesta, no te rindas. Dios no ha terminado contigo. Él no se retrasa; está preparando el momento preciso para actuar.

Recuerda:

  • Abraham tuvo que esperar por su hijo.
  • José tuvo que esperar por su exaltación.
  • David tuvo que esperar por su trono.
  • Marta y María tuvieron que esperar para ver la resurrección.

Y tú también verás la gloria de Dios si no dejas de creer.

Dios nunca llega tarde, siempre llega a tiempo. Su reloj es perfecto, su plan es sabio y su amor es eterno. Espera en Él, porque el tiempo que parece perdido es el tiempo en que Dios está obrando más profundamente en tu vida.

“Jehová cumplirá su propósito en mí; tu misericordia, oh Jehová, es para siempre” (Salmo 138:8).

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